A mis compañeros
avemarianos,
en nuestra época otoñal
Pasear en otoño por el campo o la ciudad en parques y jardines produce una emoción singular. Una sinfonía de colores nos hipnotizan: verdes, ocres, amarillos, violetas, naranjas, rojos, rosas... La belleza del otoño no es menor a la de la alegre y efervescente primavera.
Con la mochila llena de años en el otoño de la vida, liberados de cargas que ya no nos corresponde soportar, pero sin poderlas olvidar, sale uno a pasear; y, al encontrar tanta belleza concentrada, el niño que fuimos aparece con toda su capacidad de asombro, arrastrándonos a contemplar de cerca cuanto tenemos a la vista, pues durante demasiado tiempo el paisaje era algo abstracto en la mirada. El niño renacido ve lo concreto y se acerca más al detalle, sin prisa, pues el tiempo, siendo siempre el mismo, -no pasa el tiempo, pasamos nosotros- es un tiempo más pausado.
Dulcamaras y Lantanas coquetean con nosotros, nos hipnotizan y atraen como a insectos que somos -si tenemos consciencia de nuestra insignificancia en el medio natural por el que transitamos.
Y el niño ve, y ve y ve, y se asombra y asombra y asombra sin parar; y se acerca sorprendido a las pequeñas flores que le provocan su admiración.
Y reencontrado el niño aparece también el padre, que dice al hombre maduro: sigue estudiando la luz, encuadrando lo que ves y ampliando lo justo.
Y el paseo que inició uno lo prosiguen tres, celebrando el encuentro del niño perdido con el hombre hallado; momento en que todo aparece más bello y luminoso, porque la mirada es más limpia y pausada.
Y, mientras un patito camina por las aguas del lago, un felino mira a un hombre mayor, sin ver a las dos personas que caminan con él.
Granada, 21 diciembre 2022
Miguel Sánchez Peinado