Y vuesa merced, ¿dónde camina?
Yo, señor -respondió el caballero- voy a Granada,
que es mi patria.
¡Y buena patria! -replicó don Quijote.

domingo, 23 de diciembre de 2018

No obstante... FELIZ NAVIDAD



Soy de esas personas que no ven en la Navidad una fiesta alegre; desde la niñez quedé marcado por una estampa triste cuando el día de Nochebuena, sobre las ocho de la tarde, iba con mi padre a recoger a la abuela para la cena en familia. En aquellos años 50 del pasado siglo esa noche las calles quedaban desiertas apenas atardecía y siempre veía por plaza Bib-Rambla o Zacatín la estampa de mujeres con sus hijos en brazos protegidos del frío con tocas de lana negra pidiendo una limosna por favor. Mis primeros recuerdos navideños quedaron impregnados de calles desiertas, mujeres con tocas negras protegiendo a sus niños de la pobreza y de un frío, que en Plaza Nueva había convertido el agua de la fuente en agudos témpanos, para los niños simples chupones de hielo.


Aquella triste imagen de la pobreza nunca quedaba borrada por la alegría de una cena extraordinaria en época de escasez y la alegría de tener a la abuela en casa. La imagen del Niño Jesús en un pesebre al calor de una mula y un buey en el establo, que teníamos grabada desde la más tierna infancia, estaba más próxima a la de los niños que veía en la calle protegidos con  tocas negras que a la de los niños afortunados, como nosotros, que teníamos el calor de papá, mamá y la abuela, en torno a una mesa con sopa caliente, pollo campero -como algo extra-, batatines, arroz con leche -que estaba más bueno a la vuelta de la misa del gallo- y la fuente con mantecados, polvorones y figuritas de mazapán.
Siempre supe que la tristeza navideña era por la percepción de un niño que, en el mundo y época que le tocó crecer, veía excesivo contraste entre pobreza y abundancia, entre frío y calor, entre ... y tantas otras cosas.

Afortunadamente la tristeza interior que yo sentía no era algo generalizado y la alegría en el ambiente  imperaba, pues los familiares dispersos volvían a casa por Navidad, aunque no los míos, pues no los tenía dispersos. La tristeza se diluía algo con la misa del gallo en el Albayzín; era esa misa un alegre postre a la cena, pues a ella acudíamos el ejército de tíos y primos que mi familia era y como no había internet nos deseábamos cara a cara y de viva voz Feliz Navidad.


Hoy veo las calles repletas de gente y luces por la noche, los escaparates plenos de cromatismo, no veo mujeres con tocas negras e hijos en brazos pidiendo limosna por favor, hoy las mujeres pobres piden para ellas sin extender la mano y las tocas negras de ogaño  serían un lujo para las mujeres de la infancia de antaño. La Navidad empieza ya en noviembre y en la televisión antes; en cierto modo estamos siempre en Navidad, pues todos los días podemos ver la estampa de la pobreza, tanto material como espiritual, en  nuestras calles, mientras comercios y restaurantes nos inducen a saciarnos de lo que no necesitamos, hasta incluso llegar borrachos y empachados a la cena de Nochebuena.

Recibo por "mail, facebook y whatsapp" felicitaciones repetidas y de distinto origen enviadas en masa por personas que ningún día del año me cuentan nada de su vida ni me preguntan por la mía. Siempre es bueno saber que estamos en algún archivo digital, aunque solo sea para que nos envíen sentimientos estandarizados en prueba de una exquisita educación políticamente correcta. Me alegra recibirlas, pues veo que personas con las que me relacioné y aprecio siguen vivas y deben estar bien, pues de lo contrario sus silencios no serían de un año.

En esta Navidad de 2018 veo lo mismo que veía de niño hace más de sesenta y pico años: Pobreza y riqueza mal repartidas, y mucho frío en las almas, pero sin chupones de hielo en Plaza Nueva.  No obstante, con la alegría del encuentro un año más con el Niño en su cuna, con María y José, los pastorcillos, la mula y el buey, a todos, amigos, conocidos y gente de buena voluntad, deseo

  

Miguel Sánchez Peinado
23 diciembre 2018