Y vuesa merced, ¿dónde camina?
Yo, señor -respondió el caballero- voy a Granada,
que es mi patria.
¡Y buena patria! -replicó don Quijote.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Panorámica desde la plaza de San Nicolás

Mi buen amigo Rafael Carmona, albayzinero por nacimiento y vocación, me envía su visión del rincón más emblemático del Albayzín, al que me limito a incorporar las imágenes.

En un día cualquiera, pues en todos se ofrece la misma y única panorámica desde tiempo inmemorial. Sí, en aquella ubicación singular... la Plaza de San Nicolás hunde sus raices en el barrio más celebrado de Granada: el Albayzín.

Hasta allá han accedido miles, tal vez millones de personas de a pie y ... no pocas de alto copete, porque desde aquel lugar de privilegio se abren de par en par las ofertas más sugestivas de la ciudad. Un balcón excepcional y único, un ventanal de 180º que brinda cada mañana sin falta la posibilidad de contemplar, más aún, soñar desde aquella plaza con los ojos abiertos y, así, no perder detalle de la singularidad de un paisaje de ensueño que, desde siglos, han admirado cuantos llegan ante una balconada inigualable por su singular belleza y sus innumerables contrastes de luz y color. En efecto, desde este lugar se contemplan monumentos y edificios, torres que se alzan inhiestas apuntando, día y noche, al cielo azul que les sirve como cubierta inigualable en días despejados y... en los otros.



Enfrente, desafiante al tiempo... el monumento árabe más emblemático del mundo: la Alhambrapalacio y ciudadela, conformado por vetustas murallas rojas, estanques de agua cristalina que discurre entre mármoles de unas fuentes en las que se reflejan tintineantes las siluetas de hoy, en conjunción atemporal con las fantasma-góricas de ayer, jardines primo-rosamente cuidados y en los que no faltan las rosas, los claveles, los nenúfares, los alhelíes... ni ese penetrante olor de la albahaca, el tomillo y el romero y todo ello dentro, y como resguardando tanta esencia, ese color bermejo que le singulariza sobre cualquier otra edificación de cuantas se pueden apreciar, y no son pocas, desde aquella balconada sobre un horizonte que se amplía en semi circunferencia  casi perfecta y que cautiva sin imponerse a cuantos llegan a este espacio único del Albayzín y tan singular que, como ningún otro, ofrece al visitante incomparables vistas, capaces de despertar todas las alarmas de los sentidos para embriagarse y extasiarse con su esplendor.

Y allá, a nuestra izquierda... imponente sin arrogancia, bella sin eufemismos, la blanca u ocre, según la fecha del calendario: Sierra Nevada, peineta de la ciudad, que invita siempre, a propios y extraños, a disfrutar de su atmósfera limpia de contaminación, por el momento, de su temperatura envidiable en verano y de pistas de nieve durante el invierno y... buena parte de la primavera.
Es, ciertamente, un reclamo que, para suerte de nuestra tierra, tan maltratada en muchos aspectos por tanto gentilhombre de la política, no pocos foráneos nos visitan para equilibrar, así, la economía y el buen nombre de esta ciudad, considerada despectivamente por algún misógino... como la "tierra del chavico", pero que, sin embargo, para la gran mayoría siempre ha sido y será aquella que se canta: "Granada tierra soñada por mí...", de Agustín Lara.
Seguimos nuestro recorrido visual... desde aquel balcón abierto día y noche, convecino de la vivienda del que fuera, hace ya algún tiempo, un pintor excepcional, George Wynne Apperley, que con pinceles de aire soñó a Granada en muchos de sus innumerables y magníficos cuadros. 

Pintura de Apperley
Si, desde allí, como si fuese una falda tejida por los siglos se extiende la Ciudad... vigilada siempre por cientos de centine-las, silenciosos e insobornables, altos cipreses, trajeados con uni-forme verde oscuro, que apuntan expresivamente al cielo, identi-ficándoles sobre cualesquiera otros árboles, que, incansables día y noche, adornan el amplio barrio de San Pedro y de Santa Ana, allá en donde se inician las edificaciones de esta Ciudad coqueta y... 
de su vega hasta aquel punto en que se eleva, quebrado por el tiempo y la mano del hombre, un Cerro, con nombre enciclopédico: Montevives, explotado por su estroncio y otros minerales que guardaba, sigilosamente, en sus entrañas, y del que Ibn al-Jatib afirmara que los griegos le llamaron "la joroba del camello", tal es su aspecto desde la lejanía de esta Plaza de San Nicolás, sobresaliendo de entre las diferentes maravillas que configuran el paisaje urbano de Granada y su amplia y fértil Vega.

Cerro Montevive
Texto: Rafael Carmona Puertollano
Fotografía: Miguel Sánchez Peinado
Granada, 14 noviembre 2016