A mi hijo Miguel,
en este su otro 17 de mayo,
quien me hace revivir
un otoño primaveral.
Nunca dejaré de dar gracias por la suerte de haber nacido en Granada y de haber podido crecer y vivir en esta ciudad capricho de la Naturaleza y la Historia.
Es en la época primaveral cuando con más energía la Vida, a través de la Naturaleza, nos manda año tras año el permanente mensaje de renacimiento y regeneración. Es la primavera tiempo de alegría para quienes nacen a la vida y para quienes supieron aguantar los rigores del estío, el otoño y el invierno; siempre será joven quien en la oscuridad de la noche sabe esperar como viejo la luz del día para salir al encuentro de pájaros, árboles, flores y riachuelos recordando el mensaje de la Naturaleza de que todo es efímero y pasajero, y que la vida es un continuo nacer y renacer, un continuo morir y revivir, donde lo único trascendente es la sencillez y simplicidad de lo intrascendente, mientras descubrimos la utilidad y belleza de lo inútil.
No se interprete esto como fruto de la razón, pues confieso que es simple resaca de un paseo silencioso por senderos junto al río Genil con los cinco sentidos abiertos como ventanas del alma, durante el que infinidad de sonidos, formas y colores me inundaron de sensualidad.
Y como una imagen vale más que mil palabras invito a pasear esta primavera junto al Genil por su tramo más juvenil oyendo el trino de los pájaros, la música de fondo de las aguas del deshielo y la de la brisa en las hojas de las ramas en el marco de una sinfonía de luces, sombras y colores. Y para ello nada mejor que la compañía de Antonio Machado:
La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.