Y vuesa merced, ¿dónde camina?
Yo, señor -respondió el caballero- voy a Granada,
que es mi patria.
¡Y buena patria! -replicó don Quijote.

miércoles, 29 de mayo de 2013

APPERLEY, el pintor granadino que vino de Inglaterra

Aceptando la idea de una entrañable amiga, a la que mucho debe el mundo de la cultura por su activa y callada labor en el ámbito de la docencia y de difusión de la lectura, iniciamos la incorporación al blog de personajes de significado especial en la historia cultural de Granada.
Rafael Carmona Puertollano, amigo de infancia y juventud, me hizo llegar una presentación que había hecho sobre "El Albayzín en la paleta de Apperley" y con un sentido de la oportunidad le pedí autorización para incorporarlo a DESDE PLAZA NUEVA e iniciar un camino de encuentro con los ilustres personajes que la Historia le regaló a Granada.

El pintor George Owen Wynne APPERLEY nació en Inglaterra el 17 de junio de 1884 en el seno de una familia aristocrática de ideología conservadora. Desoyendo los consejos familiares para incorporarse al mundo castrense en donde había nacido optó por desarrollar su vocación artística como pintor. Atraído por la luz de los países del Mediterráneo, y posiblemente influenciado por los ilustres viajeros del romanticismo, previo paso por Italia, en 1914 se traslada a España, y en 1916 se instala en Granada, donde conoce a su esposa, Enriqueta Contreras, quien además de madre de dos hijos ejerció de modelo del pintor. En esta ciudad permaneció hasta que proclamada la II República se marcha a Tánger, donde muere en 1.960.
Durante su estancia en Granada desarrolló una intensa e influyente actividad artística e intelectual, relacionándose con los granadinos pintores Soria Aedo, José María Rodríguez Acosta, López Mezquita y Morcillo. En su carmen del Albayzín, donde tenía el estudio, se dieron cita los intelectuales de la época.
Apperley en su obra plasma el tipismo, el paisaje y la tradición de Granada. Sus retratos costumbristas, que nos recuerdan el estilo del cordobés Julio Romero de Torres, son de singular belleza.

Con "El Albayzín en la paleta de Apperley"podemos disfrutar de la selección de cuadros del pintor, que Rafael Carmona hace sobre el barrio que le vio nacer y crecer. Por ello me permito la licencia de agradecerle DESDE PLAZA  NUEVA su desinteresada y generosa colaboración.  





En el enlace George O. W. Apperley nos adentraremos en una bella página web sobre este ilustre pintor británico a quien tanto debe Granada y en la que podrá contemplarse una selecta parte de su obra.

martes, 14 de mayo de 2013

SE VEÍA VENIR


Con motivo de una confrontación entre el Alcalde de Granada y la Junta de Andalucía a propósito de la capitalidad de la cultura, el DIARIO DE GRANADA tuvo a bien publicarme en noviembre de 1981 un artículo en el que mantenía la llegada de una nueva sociedad y a cuyos problemas habría que hacer frente con la cultura. Al releer hoy aquel artículo siento una cierta pena al ver que algo se ha cumplido y no hemos sabido prepararnos para afrontar los problemas que se intuían.
En aquel artículo bajo el título de “Granada, capitalidad de la cultura”, entre otras cosas decía:

“… probablemente en la cultura esté la única solución a los graves problemas que nos esperan en un futuro no muy lejano.
Mucho se ha escrito de conceptos y definiciones de la cultura y el problema de su conceptualización puede ser el de la limitación que el concepto puede implicar. Por ello, y a los solos efectos de la intención de estas líneas, me permito la licencia de definir la cultura como un proceso de sensibilización para descubrir lo bello del Universo y asimilar la esencia de la Historia, proceso que si conlleva progresión puede modificar la escala de valores, proceso que es susceptible de manipulación, como de hecho está siendo y ha sido manipulado por arriba, por abajo, por la derecha y la izquierda.
En el mundo de la cultura se está confundiendo con demasiada frecuencia y no sé si intencionadamente, al hombre erudito con el hombre culto…. Alguien dijo que uno de los principales problemas del país es la “incultura de los cultos”, y no andaba desencaminado en la justificación de tantos males que nos acontecieron y nos acontecen.
Mucho me temo que la sociedad del futuro sea la época del “ocio impuesto”. Como consecuencia de la evolución científica y técnica es posible que unos pocos sean los que produzcan lo que todos tengamos que consumir en el orden material, lo que nos llevará a un nuevo concepto del trabajo, salvo que se recurra a la fácil e innoble solución de pulsar el botón de la guerra para volver a empezar.
Ello nos obligará a prepararnos para asimilar el fenómeno del ocio y reconducir lo que actualmente es una situación dramática a una situación de posibilidades para un desarrollo profundo de la personalidad. Esta reconducción es posible, esta reconducción pienso que es obligada, esta reconducción no tiene más vía que la de un movimiento cultural auténtico, profundo y no manipulado.
Creo que la sociedad del futuro no tiene más salida que una adecuada explotación de los recursos y los elementos productivos, una sociedad que tiene que abandonar el postulado actual de ahorrar para gastarse el ahorro en lujos, una sociedad que a la empresa, en cuanto fuente de riqueza, la proteja de las arbitrariedades de empresarios, trabajadores, intermediarios y demás personas que en torno a ella se mueven, pero sin limitar la razonable y necesaria libertad empresarial.
Pienso que por un proceso cultural auténtico es por donde solo podremos llegar a un nuevo sistema en el que queda garantizada la libertad de gestión empresarial, pese a un sistema fiscal de fortísima presión que ha de garantizar no sólo la justa distribución de la riqueza sino también la no descapitalización de la empresa privada.
A la creación de ese  nuevo Estado intervencionista en la redistribución de las rentas y al mismo tiempo liberal en todo lo demás, sólo se puede llegar por la cultura, porque sólo ella permitirá la superación de prejuicios e intereses irracionales, porque sólo ella evita al erudito a secas que engordando su vanidad social frena el normal desenvolvimiento de la vida por la neurosis que le produce lo infructuoso de sus conocimientos.
Abordando Larroque el problema de la libertad y el desarrollo de nuestro tiempo, afirmaba que “la civilización es el despliegue en el tiempo de una forma de concebir la existencia, es un estadio de la evolución espiritual del universo, con las opciones que deciden unas generaciones consecutivas a través de distintas coyunturas y en un contorno tecnológico que incluso puede variar radicalmente los medios materiales sin alterar semejantes opciones intelectuales y morales. Cuando se pierde la fe en dichas opciones comienza la decadencia de la civilización”.
Los signos de decadencia están ahí, el escepticismo no positivo, el pesimismo miedoso, la adaptación a un sistema que se desmorona.
Por la vía de la cultura podemos contemplar que vivimos una época de posibilidades, porque sólo por la cultura se asimilará sin miedo la esencia de la conciencia histórica, y sólo por la cultura la libertad nos conducirá a dar un salto consciente hacia adelante”.

Al releer lo escrito hace más de treinta años me sorprendo de nuestra incapacidad para ver y reaccionar ante lo que se veía venir. Es como los bañistas que ante la vista del tsunami que viene se dedican a disfrutar de la playa, porque sintiéndose grandes nadadores creen que podrán mantenerse a flote en la corriente devastadora.
Por desgracia parece confirmarse que estamos en la sociedad del “ocio impuesto”, pero sin haber realizado esa labor de cultura necesaria para en momentos de crisis reafirmar los postulados intelectuales y éticos a los que apelaba Larroque allá en el año 1968.

Intuyo que para poder encontrar la solución a los problemas que nos acucian en una situación como la actual es imprescindible un cambio de actitudes, quizás al cambiar la actitud el problema puede cambiar de dimensión. Hay que plantearse seriamente lo que cada cual puede hacer para aliviar la tensión en que vivimos, todo trabajo es útil venga de donde venga si somos conscientes de la función social y creativa que todo trabajo debe tener. Los vagos, que nada tienen que ver con los parados, son una lacra, su trabajo es similar al de las chicharras, mucho ruido y pocas nueces.

Ante una sociedad con seis millones de parados habría que obligar a nuestros políticos a escribir cien veces –como a niños indisciplinados y vagos- lo que dijo el ilustre don Gregorio Marañón: que es necesario un afán de trabajo ilimitado, por la alegría de trabajar, antes que por la alegría de conseguir –hoy diría trincar-, con espíritu de colaboración para la obra suprema del crear desinteresado, del crear no para ser ricos, ni famosos, sino para engrandecer a la patria y la humanidad.
Si resucitara don Gregorio y contemplara el solar patrio repleto de trincadores y aldeanos nacionalistas -figuras modernas de un feudalismo trasnochado -me diría que soy un imbécil, y cuando le preguntara por qué si es que en vez de cien veces debieran escribirlo mil cada día, él me diría que no soy consciente que algunos no podrían hacerlo porque no saben escribir y los más porque no saben ni copiar y algunos le copiarían mal y entonces la gente pensaría que él fué un imbécil como yo, y yo le diría usted perdone don Gregorio pero lo tenía que decir y si no quería usted que lo dijera no haberlo escrito, y él me diría para qué decir lo que él dijo, y yo le diría lleva usted razón don Gregorio, para “ná”, y él me diría que soy un escéptico y yo le diría y usted un romántico, y yo le diría siempre nos quedará Toledo y él me diría y también Granada y al unísono diríamos: ¡qué suerte tenemos!