Mi buen amigo Rafael Carmona, albayzinero por nacimiento y vocación, me envía su visión del rincón más emblemático del Albayzín, al que me limito a incorporar las imágenes.
En un día cualquiera, pues en todos se ofrece la misma y única panorámica desde tiempo inmemorial. Sí, en aquella ubicación singular... la Plaza de San Nicolás hunde sus raices en el barrio más celebrado de Granada: el Albayzín.
Hasta allá han accedido miles, tal vez millones de personas de a pie y ... no pocas de alto copete, porque desde aquel lugar de privilegio se abren de par en par las ofertas más sugestivas de la ciudad. Un balcón excepcional y único, un ventanal de 180º que brinda cada mañana sin falta la posibilidad de contemplar, más aún, soñar desde aquella plaza con los ojos abiertos y, así, no perder detalle de la singularidad de un paisaje de ensueño que, desde siglos, han admirado cuantos llegan ante una balconada inigualable por su singular belleza y sus innumerables contrastes de luz y color. En efecto, desde este lugar se contemplan monumentos y edificios, torres que se alzan inhiestas apuntando, día y noche, al cielo azul que les sirve como cubierta inigualable en días despejados y... en los otros.
Y allá, a nuestra izquierda... imponente sin arrogancia, bella sin eufemismos, la blanca u ocre, según la fecha del calendario: Sierra Nevada, peineta de la ciudad, que invita siempre, a propios y extraños, a disfrutar de su atmósfera limpia de contaminación, por el momento, de su temperatura envidiable en verano y de pistas de nieve durante el invierno y... buena parte de la primavera.
Es, ciertamente, un reclamo que, para suerte de nuestra tierra, tan maltratada en muchos aspectos por tanto gentilhombre de la política, no pocos foráneos nos visitan para equilibrar, así, la economía y el buen nombre de esta ciudad, considerada despectivamente por algún misógino... como la "tierra del chavico", pero que, sin embargo, para la gran mayoría siempre ha sido y será aquella que se canta: "Granada tierra soñada por mí...", de Agustín Lara.
Seguimos nuestro recorrido visual... desde aquel balcón abierto día y noche, convecino de la vivienda del que fuera, hace ya algún tiempo, un pintor excepcional, George Wynne Apperley, que con pinceles de aire soñó a Granada en muchos de sus innumerables y magníficos cuadros.
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| Pintura de Apperley |
Si, desde allí, como si fuese una falda tejida por los siglos se extiende la Ciudad... vigilada siempre por cientos de centine-las, silenciosos e insobornables, altos cipreses, trajeados con uni-forme verde oscuro, que apuntan expresivamente al cielo, identi-ficándoles sobre cualesquiera otros árboles, que, incansables día y noche, adornan el amplio barrio de San Pedro y de Santa Ana, allá en donde se inician las edificaciones de esta Ciudad coqueta y...
de su vega hasta aquel punto en que se eleva, quebrado por el tiempo y la mano del hombre, un Cerro, con nombre enciclopédico: Montevives, explotado por su estroncio y otros minerales que guardaba, sigilosamente, en sus entrañas, y del que Ibn al-Jatib afirmara que los griegos le llamaron "la joroba del camello", tal es su aspecto desde la lejanía de esta Plaza de San Nicolás, sobresaliendo de entre las diferentes maravillas que configuran el paisaje urbano de Granada y su amplia y fértil Vega.
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| Cerro Montevive |
Texto: Rafael Carmona Puertollano
Fotografía: Miguel Sánchez Peinado
Granada, 14 noviembre 2016


