Es aconsejable siempre, y conveniente en este tiempo anormal que atravesamos, pararse, mirar hacía atrás, no importa con los ojos cerrados, pero con la mente abierta, a ser posible en espacio abierto sintiendo en la piel la brisa del aire y el calorcito del sol, e intentar componer una imagen de lo vivido, o al menos visto, en el camino recorrido. Y, después, continuar la marcha en busca de la felicidad, cada cual conforme a sus particulares "entenderas". Merece la pena una paradiña, no para mirar, sino para ver con atención este mundo que nos hemos "fabricado"; donde a cambio de "libertades enlatadas" se nos niega poder ser lo que por naturaleza somos: una idea ilimitada de libertad, como dijo Juan Salvador Gaviota; un mundo manipulado por la mentira, en el que si quieres engañar a alguien basta con decirle la verdad: ¿cómo es posible que...?, te dicen, ¿no recuerdas que te lo dije? contestas, ¡yo cómo iba a pensar que fuera verdad!, te replican.
La verdad os hará libres, dice Juan que dijo Jesús a los judíos, hace veinte siglos. Y en la paradiña, sintiendo en la piel el fresquito de la brisa y el calorcito del sol, se abren los ojos y sólo se ven "mentiras y libertades enlatadas".
Y... siguiendo el caminar ves unas manos abiertas a todo, cerradas a nadie. Pétreas manos, símbolo de la fortaleza dual del amor: grandeza de la generosidad de quién da en silencio, grandeza de la humildad de quien sin debilidad ni humillación suplica y recibe.
Manos abiertas a la vida, que, desde nuestro ombligo, para unos viene, para otros se escapa, cuando somos nosotros quien venimos y escapamos entre luces y sombras, cegados por la luz unas veces, ciegos por la tiniebla otras; mientras la vida discurre plena de luz y belleza por ramas con espinas, que ni ciegan ni dañan a los seres más pequeños y débiles de la Naturaleza.
Y... mientras la vida sigue inexorablemente su eterno camino el hombre, rey de la Naturaleza -dicen- se ve una vez más en la encrucijada de seguir la senda de la sombra o reconducirse por el camino de la luz y lo natural, esto es, con la cabeza y el corazón.
He aquí mi secreto -dijo el zorro al Principito- Es muy sencillo: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
El tiempo que tú perdiste por tu rosa es lo que hace que tu rosa sea tan importante.
Nota.- Lo escrito en cursiva es transcripción de Juan Salvador Gaviota (Richard Bach), Evangelio de San Juan y El Principito (Antoine de Saint-Exupéry)
Miguel Sánchez Peinado
24 noviembre 2020