En esta mañana de domingo salgo con mi cámara a dar un paseo por el Albayzín, pues no siendo un día especialmente luminoso había una luz un tanto difuminada que el algunos rincones podía dar un juego interesante a la foto.
En el Mirador de San Nicolás, con la lógica aglomeración de los fines de semana, un ruido ensordecedor de cantaores y guitarristas, castañuelas para turistas que suenan más mal que bien, y vendedores de productos variopintos typical spanish han convertido lo que hace tiempo era un hermoso remanso de paz en la contemplación de tan bello paisaje en un lugar del que hay que salir lo antes posible, pues para más inri un denso e insoportable olor a porro me echa fuera de la plaza en no más de dos minutos tras haber entrado a ella.
En la bajada hacia la capital marcho a la bella Plaza de San Miguel Bajo, donde hay un hermoso aljibe que pretendía fotografiar; las mesas y sillas de un bar -sin duda con la preceptiva licencia municipal- impiden plasmar la imagen en el sensor. Así pues, en el segundo rincón que busco la fotografía tengo la segunda frustración. ¿Acaso no es posible proteger esos espacios pequeños cuya visión nos produce placer y serenidad, para que mesas, sillas, bebedores de vinos y cervezas y comedores de tapas -sin duda ricas- no invadan la totalidad del espacio y así poder ofrecer una visión adecuada de las joyas que encontramos -cada vez menos- por tan insigne barrio granadino? Si en nuestras playas no se permiten los chiringuitos a menos de ciertas distancias, por qué no establecer zonas de protección a esos rincones que son un gozo para la vista de turistas cultos y sensibles a la belleza. Basta con una franja de protección de dos o tres metros, que no puedan invadirse por las terrazas de hostelería.
Con mi segunda frustración del día, por la agresión a la vista, camino "allabajo" -término albaycinero con el que antiguamente se hacía referencia al centro de la capital-; ¿de donde vienes? -preguntabas- "deallabajo" -te contestaba el albaycinero que subía por la calle- y si la pregunta era a dónde vas, "allabajo" era la respuesta. Pues bien, bajando "allabajo" con mi cámara preparada para llevarme en ella hermosos rincones, bellas puertas y portones que abundan en calles, placitas y plazoletas, la tercera frustración: pintarrajos, botellas, latas y papeles en puertas y ventanas, y más porro en Placeta de Carvajales, y la nariz me dice que en la cuesta de las Arremangadas debe haber urinarios públicos sin obra ni licencia municipal.
Es difícil protegerse de desaprensivos y malintencionados. Lo sé.
Y como iba este domingo con la ilusión de fotos, al llegar a casa he buscado en el archivo una para la ocasión, que si bien carece de valor artístico lo tiene metafórico para denunciar el peligro que nos amenaza si no invertimos en educación y buen gusto y exigimos más en civismo.
¡Ay mi granada!
rota, desgranada y presa
entre hojarasca seca y alambres espinosos,
que nos impiden ver tras ella el intenso cielo azul que la embellece
Miguel Sánchez Peinado
24 enero 2016
Tienes toda la razón, Miguel. ¿Por qué se descuidan las ciudades?, me pregunto yo. Hacemos difícil lo fácil, que sería respetarla porque en ella vivimos. Y en Granada duele mucho más ese descuido.
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